domingo, 29 de marzo de 2009

Dulzura por ósmosis

No me gusta. No le gusto. No me quiere, ni la quiero.
Nada. Cero. Nuestra relación no es bilateral.
Lo que tenemos es una correspondencia narciso - onanista.
No desesperen. Agarren un pañuelito, aprieten fuerte sus sienes y detengan ese derrame cerebral, porque paso a explicarles:

Ella no es buena, ni dulce, ni amorosa, ni me quiere, ni se siente atraída hacia mí. Y aunque el observador outsider (voyeurista non pajero) piense lo contrario al verla tan efusiva, cariñosa y amable conmigo; todo lo dicho anteriormente es verídico.
Entonces, ¿por qué están juntos? ¿Por qué se ven tanto? ¿Por qué parece que se llevaran bien, y hasta que se quisieran?
Sencilla explicación, oh querido e ingenuo lector: ella es dulce por ósmosis.
Cual disolvente atravesando una membrana semipermeable, transfiérole inmensas dosis de cariño, dulzura, amor y ternura a este simple (aunque bello) receptáculo al que venimos definiendo como “ella”. Quien, como si del Dalai Lama se tratase; recibe toda esta mezcolanza de emociones, se ve poseída por ellas y las retransmite, las refracta, las envía de vuelta al remitente de origen. Ese remitente entonces (gran narrador, mejor persona), lo que absorbe no es más que una idéntica copia de lo que anteriormente regaló.
Ahh, putito. Pero entonces cuando en las primeras líneas decías que ella no te gusta y que no la queres ni un poquito, te estabas haciendo el macho recio y el desinteresado; cuando en realidad vos sí sentís cosas por ese ‘receptáculo’ y es a ella a la que no se le mueve un pelo cuando te ve – dirá algún bobeta con pretendida perspicacia y (seguramente) problemas de erección.

No, tontito. Baje la ceja y borre esa vanidosa mueca de su rostro que paso a explicarle a usted, la segunda parte de la teoría que terminará de hacerle entender el por qué de lo anteriormente concluido. Y ya que además de impotente, usted ha de tener alzheimer, se lo recuerdo: “Nuestra relación no es bilateral. Lo que tenemos es una correspondencia narciso – onanista

Como decía anteriormente (hubiese quedado precioso “como decía en el acápite”, pero no me quiero sentir Julio Cesar Gard), ya sé que lo que tomo de ella es una simple réplica de lo que momentos antes ofrecí. Por eso mismo lo que estoy haciendo es (de una u otra manera) amarme a mi mismo. Le entrego a ella lo que luego sé que me tocará a mí. Camuflado (o “camuflajeado” como diría el ladrón de Arjona) en una linda y próspera relación, pero sé lo que busco finalmente es la automplacencia. Y lo consigo.

Ah, pero eso es bien de pajero – dirán.
Si. Pero al menos, no me ensucio las manos.

miércoles, 18 de marzo de 2009

A Papá Mafia, con pistola de fulminantes...

Un revólver no podría más que yo. En realidad sí. Un simple gatillazo y (de tener buena puntería) mi vida culminaría como cualquiera de mis encuentros sexuales: rapidito y sin pena ni gloria.
Pero a lo que me refería era a que una pistola no podría vencerme en el terreno psicológico. Lejos estoy de ser un yogui, un monje tibetano o el hijo de Tu-Sam. Mas no me encuentro tampoco, en el terreno de las mantequitas mentales.
Que Él – en adelante Don Corleone- tuviese en su vestidor tamaña pistola, no me amedrentaría.
El sudor frío, las horas de insomnio y el tembleque que precedían a mi encuentro con la Némesis de Al Pacino, eran meras casualidades fisiológicas.
Hola - exclamé con el tono de voz más masculino que encontré en el estante de entonaciones.
Ni una respuesta. Ni una mirada. Ni un corte en su profundo y ruidoso respirar. Nada.
Yo no estaba ahí. O sea, sí, estaba. Pero en oposición a lo que canta el ridículo murguista con complejo de pitufo: “No estoy ahí, ya se que estoy, pero no estoy ahí”

Esperaba una reacción de celos, de odio, que intentase intimidarme por ser el potencial captor de su primogénita, el que intentaba despojarlo de su más preciado tesoro.
Para eso fui preparado. Tenía una respuesta o una reacción premeditada para cada uno de sus movimientos. Pero justamente, eso fue lo que no hizo: moverse.
No me notó, o fingió no hacerlo. Debí imaginarlo, Él siempre estaba una jugada adelantado.

Optimista e ingenuo, elegí creer en la posibilidad menos verosímil, pero que me dejaría en el lugar más cercano a la dignidad: Quizás no me escuchó – pensé.
Caminé con seguridad y confianza esos 3 pasos que me separaban de su ancha y transpirada espalda, me coloqué a uno de sus lados y extendí mi mano.
Esta vez tenía que verme. Mi delicada manecilla tamaño XS, aunque pequeña, tapaba parcialmente ese buscaminas que (por lo que pude pispear en el reloj en esas milésimas de segundo) lo traía a maltraer desde hacía buen rato.
Su cabeza permaneció inmóvil. Miró de reojo, cerró la tapa de su computador personal, lo tomó entre sus manos y con un abrupto movimiento se levantó y no volví a verlo en toda la noche.

Vencí – me dije a mí mismo. Y me lo dije en voz alta para que aquellos que estuvieran cerca escucharan.
No pude entablar relación con Don Corleone, pero al menos no influyó negativamente en mí, en ella, ni en nuestra relación.
Airoso y con el pecho más hinchado que los pies de Natalie Kriz después de una caminata de 2 cuadras, volví a casa.

Recuperé esa madrugada, todas las horas de sueño perdidas por los nervios, que durante varios días antes del temido encuentro con él (nótese que ya es él con minúsculas, y que agradezca que no puse: el gil) me atormentaron. Desperté feliz, al escuchar el ringtone de la cumparsita remix, que me hacía saber que era ella la que estaba llamando.
Hola – exclamé esta vez con seguridad y aires de ganador.
Gonzalo, no quiero verte nunca más. Te quiero, pero no más que a mi futuro.


Lo hizo. El hijo de puta la obligó a elegir entre su herencia y este mediocre amante color caoba.
Me cagaste la vida, Corleone… pero con cuánto estilo.

Game Over. Perdí con el mejor.

sábado, 14 de marzo de 2009

Si Woody Allen la escribe, todos aplauden de pie

Me presenté, y con la pista de Hey Jude de fondo, comencé a gestar mi sueño.

Hey Jew
Don’t be that rough
Take this big soap
And call it “uncle”

Remember that you don’t have foreskin…
Was you rabbi, the one that cut it

Hey Jew
Don’t be afraid
Those guys are bald
But not skinheads


- Corte! Corte! Corte!
¿Qué estás haciendo gurí? Te dijimos que podías traer una composición propia al casting, pero esto es un despropósito.
¿Vos te crees que a Marce le va a gustar un cantante de protesta antisemita en el Cantando 2009?
Cantate Bulería de David Bisbal, Living la Vida Loca, o la versión original de “jey yud” si queres, pero con la letra que escribieron los mismos Stones, no con esto.
- La canción es de los Beatles, Villarruel.




Y así murió mi esperanza de ganar el Cantando por un sueño 2009. No me deprimo ni pierdo la fe, escuché que Tulipano va a volver producir “Casting” el año próximo.

miércoles, 11 de marzo de 2009

domingo, 8 de marzo de 2009

Efecto abrojo

La Metamorfosis de Kafka es un poroto. Desciendo a un estadio aun más primitivo y cagándome en su cucaracha digo que yo, a veces, puedo convertirme en un abrojo.
Pero por supuesto, como José Destino se ha ensañado en no cambiar mis hábitos y costumbres, y quiere terminar de arruinar mi psiques, me regala diferentes e incomprensibles reacciones de esos buzos de lana (mujeres) a las cuales me prendo cual fruto de planta cigofilácea.
Si soy un cardo difícil de extraer, se quejan por considerarme más absorbente que una Siempre Libre Ultraprotect. Si por el contrario adopto una postura más superada, con menos dosis de contacto cutáneo (no sexual), jugando a tener la seguridad, el porte y el poder de seducción de un Reynaldo Gianecchini cualquiera, me critican por no darles la atención que ellas merecen, ser frío o (las más neuróticas y desequilibraditas) ser un hijo de puta que juega con sus sentimientos y no sabe darse cuenta de cuando necesitan un abrazo.
No pido solución para estas últimas, sé que el Rivotril está carísimo. Pero necesito con urgencia un consenso femenino. Hagan una tabla, un flowchart, un cuadro comparativo. Les cedemos la sede de la ONU si quieren juntarse a debatir y concluir en un promedio de besos, abrazos, caricias o toqueteos que las complazca pero no las sobrepase.
El ser muy abrojo o muy poco abrojo, indistintamente, puede llegar a eliminar una potencial relación y desvanecer toda chance de contacto futuro con esa señora. Los verdaderos Reynaldos Gianecchinis no se quejarán, pues a su vida entran y salen féminas como bizarros y para nada graciosos personajes a la peluquería de Don Mateo.
Pero nosotros, simples mortales con defectos y virt… con defectos más, o menos severos, no podemos perder más chances, y menos aún por desajustes y falta de quórum en vuestro sistema político de cariño. Señoras, cuélguense un cartelito: insulsa autocomplaciente o ávida de ternura.
Al menos así, los que sabemos leer, tendremos una vaga, pero importante idea de qué tan fuerte debemos prendernos a esa lana de baja calidad, de la que tan orgullosas se sienten y cuidan con tanto esmero y costosas cremas humectantes.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Mi cuarto no tiene puerta, El 'orgasmo mute', y otros cuentos.

La gorda Rampolla; esa sexóloga que las cuenta todas y no vivió ninguna (yo no soy adiposito-fóbico, pero ¿vieron bien a esa mujer? No me vengan con el comentario barato: “es preciosa de cara”, porque esa mentira que dicen para intentar consolarse - ya que es ÉSE organismo el que está en la tele y no el suyo- no la creo), parece que no estudió uno de los capítulos del libro, ya que jamás la escuché hablando de este tema:
EL ORGASMO “MUTE”
No. No es una alteración genética del momento del clímax. Olvídense del verbo “mutar” y piensen en un control remoto de TV. Esa clase de “mute” es a la que hago referencia.
No tengo puerta en mi cuarto, y aunque está un par de metros por encima de la cabeza del resto de los habitantes de esta casa (hogar no, simple edificación compartida por personas con coincidencias sanguíneas), cualquier ruido que emita se escucha clarísimo. Como si tuviesen puestos los auriculares de Teleshopping. Ésos que promocionaban, más que como una solución a la sordera, como la mejor forma de chusmear conversaciones ajenas.
Todas las actividades que pueden generarme vergüencita, las realizo en extremo silencio. Marcel Marceau es un bebé de pecho comparado conmigo en esas situaciones. Es por esta razón que escuchar algún tema con exceso de trompetas, discutir vía telefónica, mirar pornografía oriental o jugar a tomar el té con mis muñecas, se han convertido en actividades tabú. Son procesos ocultos con la barrita de volumen en rojo.
Eso lo puedo tolerar, llevo mucho tiempo conviviendo con la ausencia de puerta en mi habitación, por lo cual estoy bastante acostumbrado a realizarlas con volume off.
Pero ahora, que las féminas se han liberado y no tienen filtro cuando les atacan las ganas de revolcarse; y por esa elección random que hacen, a veces hasta me toca a mí ser su compañero de chanchadas, he descubierto los inconvenientes de este habitáculo no aislado.
En el momento de la charla inicial no hay por qué reprimirse. Hablo a volúmenes normales, y a veces hasta elevo la voz en demasía para que sepan (los de abajo) que todo está transcurriendo según los mandatos eclesiásticos (nunca citados, pero siempre exigidos indirectamente en esta casa).
Ingenuo yo, contando mis logros y proezas académicas (ojalá tuviese alguna de otro tipo para ofrecer en el relato), mientras ellas, ávidas de buen sexo (cosa que jamás tendrán conmigo, tontuelas) ven un compendio de espermatozoides hablar y hablar y hablar, y solo esperan el momento en que ese anónimo porta falo se les abalance cual fiera del Discovery Channel.
Pasado el protocolo de “conocerse” (como si a alguno de los dos - o de los tres cuando estoy con suerte – le interesara lo que el otro tiene para decir) es momento de ponerle un poco de ajíes putaparió a la charla. He aquí el inicio de la etapa incómoda. Cuando la cosa se pone picante; sin que ellas lo noten, disminuyo paulatinamente los decibeles de mi voz hasta llegar a un susurro compartido. Cuando se percatan del hecho, es demasiado tarde. Estamos hablando a una distancia tan corta que, antes de preguntar el por qué de tan extraña situación, me prendo cual sanguijuela de pantano y chau pinela.
Todo marcha bien (dentro de la mediocridad de acostarse conmigo, pero “bien” al fin) hasta que, entregados al placer y haciendo gala de todo nuestro reprimido hedonismo, hay que ponerle un punto final al asunto.
Es ahí cuando descubro si una mujer es mentirosa y solidaria, o realista y cruel.
Si es de las primeras, va a gritar como loca, para hacerme sentir que soy un buen amante (la estadística me ha demostrado que no entro en la liguilla, así que ni te molestes querida), y sólo conseguirá que me ofusque por estar escuchando yo (y el resto de las viejas chusmas que viven en este lugar) sus desesperados alaridos de “placer”.
Si es de las realistas y crueles, me besará en la mejilla, quizás me abrace con compasión y pena, y en silencio saldrá de mi casa mientras yo, tomando una malta y mirándome al espejo, espero que la aleatoria selección de alguna mujer sin filtros, me regale otra noche de silencioso placer.