miércoles, 2 de diciembre de 2009

Ay nena, prefiero que seas prostituta, antes que gato de ómnibus

Implementan el boleto céntrico, el de una hora e incluso el de dos horas.
Me levanto y aplaudo la decisión.

Los médicos me dicen que no debería incorporarme tan pronto ya que la columna no ha terminado de soldarse, y que si sigo haciendo palmas se me caerán las manos, que aún penden de un hilo por las horrendas quemaduras de tercer grado.
No me importa, quiero otorgar mi reconocimiento a las cosas que están bien hechas.

Me parece elogiable que el servicio de transporte contemple las necesidades de los menos agraciados. Mini grúas para el ascenso de los discapacitados, lugares preferenciales para embarazadas y sus cónyuges golpeadores, e inclusive asientos enfrentados, para que los gerontes aburridos puedan intercambiar historias de operaciones propias y falsas carreras universitarias de nietos o sobrinos.

Pero como todo blanco (que se precie de tal) tiene su negro (que lo ayude con las tareas cotidianas), tengo algo para reclamar.
Te di tiempo, Salgado. Aguanté muchos años callado. Incluso soporté los cartelitos de “Prohibido Salivar”. Esos que cada vez que veía, llevaban a mi imaginación a ilustrar desagradables imágenes de viejos con complejo de guanaco, desparramando flemas por todo el piso del colectivo. Nunca vomité, contuve la regurgitada para no mancharte el tapizado de los interdepartamentales, y algunas veces, incluso volví a tragar.

Y es porque no me quiero ir por las ramas, señor presidente de CUTCSA, que lo miro a los ojos (tengo una foto suya impresa en la mejor calidad que mi Canon ofrece) y le pregunto: ¿Cuándo? ¿ Cuándo vas a poner ese asiento? ¿Cuándo te vas a dignar a colocar esa alfombra roja y esa mullidita butaca?

Isabel, Madonna, Mirtha. Todas las reinas tienen sus alfombras rojas y sus correspondientes tronos. ¿Por qué entonces las majestades del transporte colectivo no tienen los cortejos y sagrarios que merecen?

La tarea del conductor de un autobús no es nada sencilla. El estrés de saberse responsable de la vida de 37 pasajeros de pie y 42 pasajeros sentados, es muy difícil de soportar. Por eso están ellas. Por eso apareció esa élite, ese grupo de heroínas dispuestas a dar todo de sí (en primera instancia, su dignidad) para que los paladines del transporte (vulgarmente llamados choferes) puedan llevar a cabo su misión, sin inconvenientes.

No es raro subirse a un 468 y encontrar al lado del chofer, una señorita de ligeros ropajes, cargado maquillaje y cuestionable moral (Dije 468, como podría haber dicho 104, 60, 320 o cualquier otro número que simbolice una línea de colectivo)
Y es por ellas que hoy reclamo.

¡Pido por la salud de los gatos del ómnibus! ¡Exijo un asiento atrás del hombro derecho del conductor, para que el putón de autobús pueda poner en reposo su trasero (ya tendrá tiempo de ponerlo en marcha)! Estas golfas merecen más atención de la sociedad. Las turras gomeras conformistas deben cuidar sus piernas ¿Qué chofer las va a querer si le revientan las várices por estar todo el día paradas? Cualquiera, es cierto. Pero no importa. No es ese el punto.

Está todo bien con los desaparecidos y los repatriados que quieren votar, pero yo me pregunto: ¿No es hora de plebiscitar la inclusión de asientos para gatos en todos los ómnibus?


Voten tranquilos. Tabaré, ya no está de humor para vetar.