lunes, 22 de noviembre de 2010

El síndrome de la glándula cachonda

Hasta hace un tiempo me rehusaba a aceptar mi condición.
Dirigía las culpas a los acolchados de plumas, al aislamiento casi inexistente de las paredes de mi cuarto, a la fiebre, a las bolsas de agua caliente defectuosas o inventaba cualquier otra inverosímil excusa para no ser el blanco de las miradas médicas, el asco femenino o la vergüenza familiar (para eso ya estaba el primo Marcos que, desde que decidió hacerse travesti, se convirtió en el centro de las burlas de las reuniones de fin de año, e hizo que los ataques de epilepsia de la tía Julia dejaran de ser tan graciosos y esperados).

Pero ya no puedo seguir ocultándolo. Debo aceptar la realidad, lidiar con ella y gritarle al mundo: “Sí, yo tengo un problema”.

El hombre más pequeño del mundo baila reggaetón en el living de Susana y está de lo más contento. Se puede decir que hasta lo respetan.
Pues bien, yo no voy a ir al programa de la diva a dejar que el blondo cetáceo se burle de mí ante cámaras, pero si me quieren hacer una nota telefónica y preguntar directamente por mi avería fisiológica, no tendré ningún pudor en responder: “Sí, señora”.

Si bien lo más recomendable en estos casos sería ir a un endocrinólogo con especialización en la sexualidad de las glándulas, prefiero auto diagnosticarme y soportar los comentarios, las miradas acusadoras, las risas burlonas y los hongos que aparecen en las sábanas y el colchón noche tras noche.

Así como la filia de Armando Bó no era castigada por la sociedad, no veo por qué habría de juzgarse los sueños húmedos de mi pobre sistema endocrino.

Se ve que la glándula sudorípara es muy de excitarse en el correr del día (las mías al menos lo son) y cuando uno se encuentra muy concentrado jugando al Rumi Canasta con Morfeo, a las muy putas se les da por largar toda la libido contenida durante las horas de vigilia, en forma de abundante y oloroso sudor salado que emana de cada poro de mi peludo (y durante la noche “empapado”) organismo.

Lo peor no es chapotear en transpiración hasta que me despierto en medio de la madrugada, doy vuelta el colchón y cambio las sábanas.
Lo realmente jodido es tratar de convencer a mamá cada mañana, de que ya no me cojo más al “Gold Fish” de la pecera del living.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Si Perciavalle leía esto a tiempo...

El gay es muy de querer convertirte. Y cagándose en la buena educación, el respeto a la heterosexual realidad del otro, o los cánones de normal seducción generados por los clichés de Hollywood, el tipo te utiliza las artimañas más viles e inmorales para conseguir su propósito.

Uno ya no es lo que era. Los 15 kilos que aparecieron de un semestre para el otro y lo hicieron dejar de ser un Adonis New Age para transformarse en una versión widescreen de Pancho Villa son aprovechados por el homosexual para intentar dejarle “bold” el asterisco a quien suscribe.

¿Cómo lo hace?
La ex oruga sabe que en otra etapa de su vida, las mujeres se rendían ante los encantos naturales del que ahora carga una asquerosa papada, y que en esos momentos se sentía lleno, feliz, deseado y poderoso.
El arte de seducir es una droga que genera una peligrosa dependencia. El que en algún momento probó las mieles del éxito de la danza nupcial humana, no puede abandonar jamás sus aires de Don Juan, y aunque sea por mera diversión (aún teniendo hijos, nietos, esposa y decodificador para los canales privados del tv cable), él seguirá intentando demostrarse que sus poderes de seducción no se extinguieron.

La decena y media de kilogramos que plagaron de adiposidad el organismo del autor, hacen que sus armas de seducción no hagan más que un indigno y casi imperceptible ruidito, para proceder luego a largar una pequeña cantidad de humo por el tambor.
Lo que en otro momento fue considerado arsenal de guerra, ahora no es más que un revolver de fulminantes comprado en Super USA.

Y es ahí, donde el que se bancó con gusto la burocracia para que le dieran el papelito sellado del tramica* ve el nicho y se quiere meter.
(Aclaro que en la oración que acaba de terminar, “nicho” no es un eufemismo)
Piensa para sus adentros: “A este macho de raza, seductor por naturaleza, que está pasando por una etapa de decadencia, sólo tengo que hacerlo sentir importante, lindo y deseado y luego tirarme a escuchar Beck y comer kiwis, a esperar que el proceso de transformación esté completo”

Es así. El gay es como un zombie que te quiere llevar para su ejército y convencerte que no hay placer más grande que hacerse la pedicure dos veces por semana… Bue, y también intenta averiguar si tu corta churros es doble vía.

Pero no. No lo vas a conseguir. Compré un rollo de membrana asfáltica y hoy mismo me impermeabilizo el ojete.




* El trámite para ser marica.

martes, 3 de agosto de 2010

El 'Cotorra Loca' de la primaria (cuando no había ceibalitas, los niños se divertían de otra forma)

Ya nos tenía podridos. Todos los recreos lo mismo.
El bravucón se aprovechaba de su robusta complexión y su inalcanzable altura para mantenernos atemorizados.
Era un gigante, un hombre con pelos en las piernas, un tirano que nos sacaba dos cabezas a todos, y como era de suponerse, un repetidor de larga data.
Catorce años y todavía estaba aprendiendo a hacer operaciones básicas.

Ningún coetáneo se había atrevido antes a enfrentarse al abusivo, hasta aquel día en que Gutiérrez se cansó.

Cuando el déspota que nos llevaba seis años, dos cabezas y varias entradas al reformatorio dijo que iba al baño, Gutiérrez cerró la puerta del salón y nos reunió a todos para contarnos lo que iba a hacer.
Era una despedida. Sabíamos que se venía algo grande y que el rápido discurso que dio (apurándose para terminar antes que nuestro Gulliver regresara) era una especie de testamento oral. Una última voluntad gritada a los cuatro vientos para ser recordado en caso de que algo malo le sucediera. Y así fue.

Pasó al frente, mandó a la maestra (mujer a la que también amedrentaba el gigante) a su pupitre y dijo:
- Estoy cansado de los abusos del Richar’. Todos los días robándonos la merienda, quitándonos el dinero de la mesada, pegándonos por diversión o cambiando el nombre de nuestras tareas domiciliarias por el suyo para llevarse todo el crédito.

- Y eso entre tantas otras atrocidades – grité desde mi asiento, convencido de estar haciendo un aporte importante.

- Por eso compañeros – continuó Gutiérrez sin siquiera mirarme – es que hoy voy a enfrentarme a él, y nada ni nadie me lo va a impedir.

A ninguno de nosotros se nos había siquiera cruzado la idea de intentar frenar su impulso libertador. En primer lugar porque si su plan salía bien, estaríamos salvados de las diarias torturas del Richar’, y en segundo término porque Gutiérrez tampoco era de los que nos caía mejor.

Y así fue que, cuando el enorme mastodonte que ya sabía lo que era eyacular entró a la clase, Gutiérrez le quedó mirando fijo. El ogro aplasta cabezas clavó sus desorbitados ojos en los de Gutiérrez y con la voz más gruesa que las pantorrillas de Natalie Kriz sentenció: “¿Qué mirás, imbécil? ¡Sentáte!”

Gutierrez respiró hondo, nos miró intentando coger valor, puso los brazos en jarro y de frente al Richar’ respondió:

- ¡Vos no sos ni mi madre, ni mi padre para venir a decirme lo que tengo que hacer!

Creo que el “que hacer” no se llegó a escuchar, porque ya tenía en sus bruces el puño cerrado del bestial hombre de túnica que cerraba la fila de la clase.

Gutiérrez en esa época estaba cambiando los dientes de leche y tenía un par de buracos en el teclado, pero después de recibir tamaña trompada del Richar’ estoy seguro que se hizo rico, por la fortuna que le ha de haber dejado el ratón Pérez esa noche.

Nunca más vimos a Gutiérrez. La maestra dijo que los padres pidieron el pase y se fue a terminar sus estudios en una escuela de Casupá.

Nosotros seguimos sometidos por el Richar’ varios años más, pero el recuerdo de aquel acto heroico nos animaba a intentar refrenar ese cotidiano embate, haciendo nuestras las palabras del pequeño desdentado.

Todavía recuerdo como Mauro - el lindo de la clase, que vivía sólo con su papá porque la madre había fallecido en el parto – un par de años después de la partida de Gutiérrez, lo parafraseaba, cuando el Richar’ realizaba una de sus maldades preferidas en el recreo:

- ¡Quedate quieto, imbécil! – ordenaba el Richar’

Y Maurito, girando la cabeza, para mirarlo a los ojos, como supo hacer alguna vez Gutiérrez, respondía indignado:

- ¡Vos no sos ni mi padre, ni mi tío para venir a decirme que me quede quieto mientras me violás!

lunes, 2 de agosto de 2010

I have a dream

Nuestra relación ya no es lo que era.
Nos vemos cada vez menos, y es quizás debido a esta separación, que los momentos que pasamos juntos ya no son agradables ni placenteros.

Le echo la culpa al trabajo, al estudio, o a las actividades extracurriculares que me ocupan la mayoría de las horas del día, pero a lo mejor el equivocado es uno, y su teoría de que lo que yo considero causa es en realidad consecuencia - y viceversa - sea la acertada.
No le tiembla la voz al acusarme de ser el culpable de esta relación esquiva. Y sostiene que las tres horas diarias que nos vemos, no son corolario de mis múltiples obligaciones, sino que yo solito me sumerjo en esa sobre exigencia para no tener que verle más tiempo.

No puedo responder con argumentos sólidos, ya que no cuento con el valor ni el conocimiento suficiente para autoanalizarme. Los seis meses de facultad de psicología apenas me sirvieron para empezar a sentir cosquillas inguinales cuando escucho a alguien hablar de Freud (incluso cuando sin pudor alguno, alguien lo pronuncia directamente así: “freud”).

Antes, teníamos hermosos sueños juntos. Vivíamos en un mundo de fantasía tan colorido y feliz, que hacía parecer desgraciado hasta al contador de los Jonas Brothers.
Pero ahora, todo es oscuro y sombrío. Lo que una vez nos convirtió en la pareja del año, hoy nos pone al nivel de la yunta Daners / De Vargas.
Espero que no terminemos como ellos. Me puedo bancar las ojeras, pero pasearse por la vida con el rostro plagado de cicatrices y magullones, es un poco más complicado.

Ya no sé que hacer. Quiero tirarme a dormir y olvidar todo. Pero sé que en mis sueños te encuentro. Quiero abandonar la vigilia sin temer que las pesadillas se apoderen de mi ser.
(¿Soy yo, o el último párrafo es digno de una canción de Arjona?)

No vernos nunca me cansa, pero cuando te veo haces las cosas tan terribles que el agotamiento posterior es peor.

Esto no puede seguir así. Saber que nos encontraremos me aterra. Tenes el poder de hacerme llorar, y sin culpa alguna, haces que los lacrimales se despierten a diario antes que yo.
Lleguemos a un acuerdo, Morfeo. Yo vuelvo a regalarte ocho horas diarias, pero vos te dejás de joder con las pesadillas de extraterrestres y fantasmas.

jueves, 15 de julio de 2010

¿La pinta es lo de menos?

Nunca fui de esos tipos a los que en una charla en la que no está presente, cuando no saben el nombre, lo identifican como: “el lindo”, “el divino” y hasta los 25 años ni siquiera como “el que se garchó a…”.
La belleza nunca me caracterizó y los intentos de seducción, sensiblemente comprometidos por esa falta de atractivo físico, se convirtieron en una tortura; un partido en el que a los 10 minutos te están ganando 3 a 0 y te echaron al capitán porque le saltó la térmica y le pegó una patada voladora al juez.

Sin chance de agradar “a primera vista”, no quedaba otra alternativa más que aprovechar al máximo las posibilidades que la retórica me regalaba, intentando hacer gala de un léxico respetable (aunque recuerdo que las únicas que lo respetaban eran aquellas que no habían terminado el tercer año escolar; ¿será por esta razón que ninguna de mis novias supo jamás realizar operaciones con decimales?) y rogar para que algún alma en pena considerase agradable mi compañía sin fijarse jamás en lo antiestético y exótico de mis facciones.

Alguna que otra cayó.
Aunque las redes de este pescador norcoreano no eran de primer nivel y tenían algunos buracos, siempre algún pescado bobo quedaba enredado en ellas.
Me hubiese encantado que la comparación de los vertebrados acuáticos con las mujeres que sucumbieron ante mis encantos no fuera más que una metáfora bien lograda. Lamentablemente, la nomenclatura de aquellos es perfecta para adjetivar a éstas.

Y me quejaba. Sentía que yo estaba para más.
No tener el rostro de un Di Caprio, un Clooney o un Gere, no me convertía en el último orejón del tarro. El orden para nada armónico de las piezas de mi rostro, sí.

Seguí luchando para obtener un lugar más digno en ese escalafón en el que hasta el ‘bombóm Meneses’ estaba más arriba.

Estaba a punto de conseguirlo. El ejercicio físico y el abandono de la larga pubertad me estaban convirtiendo en un individuo de mitad de tabla.
¿Qué más puedo pedir? – pensé.

Ya me sentía un ganador, acariciaba la gloria, casi lo lograba pero… empecé a trabajar en una agencia de publicidad.
Más de la mitad del día metido en una oficina, con el culo apoyado en una silla, comiendo galletas dulces, sentado frente a un computador.
Tantas comodidades ofrece este sitio, que el ejercicio más exigente que realizo es el de contraer y dilatar con fuerza el esfínter cuando ando medio estreñido.
No miento ni exagero en lo más mínimo: en 8 meses de trabajo engordé 15 kilogramos.

Los esfuerzos por convertirme en la tercera opción de llamado para una feucha que no ligó nada en el baile y antes que volver sola a su casa preferiría incluso acostarse bajo los cálidos cartones de un indigente, se fueron por la borda cuando por arte de magia (bizcochos, masas, hamburguesas, fritos y refrescos gaseosos) la panza se me inflamó como los tobillos de Obaldía después de - obligada por el himno nacional - permanecer de pié más de dos minutos.

No puedo más. Los pantalones no me entran, abandoné el M y me hice amigo de los talles L y XL.
Lo redondo de mi rostro lejos de hacerlo adorable y dar ganas de tirar de los cachetes, asusta tanto que El Cuervo de Poe parece una aventura del Sapo Ruperto.

Debo resignarme y volver a las raíces. Pensar en mi esencia y volver a ser lo que un día fui.
Y voy tras ello.
Acabo de abrir el latinchat y voy a reactivar mi cuenta.
Gorditas del cybermundo, prepárense… “chicosexycam19” está de vuelta.

lunes, 14 de junio de 2010

Insurrección familiar

Nunca le gustó la arqueología, pero las últimas palabras de su padre lo alentaron a seguir esa carrera.

Nadie entendió jamás por qué le hizo caso a su fracasado progenitor. Era el peor adivino de la ciudad, y aunque seguía exactamente todos los pasos del libro “Profecías for dummies” de Nostradamus, le pegaba menos que Boris Cristoff a los resultados de los partidos de Uruguay (también le pegaba menos que el Ogro Fabianni a su retardada nueva pareja, pero decir esto no serviría en absoluto como una válida comparación cuantitativa. Sería como decir “era menos taradito que Gaspar Valverde” o “más hiperactivo que Stephen Hawking”)

A lo mejor lo de adivino lo tenía él, ya que esa vez decidió creerle a su papá:
“Hijo, si quieres volver a ver a tu padre, tendrás que estudiar arqueología – ía –ía...”, decía con un Echo Mike intentando remarcar la pretendida seriedad e importancia de sus palabras.
Luego de confiscarle el sofisticado juguete, los milicos lo metieron de cabeza al patrullero y nunca más se supo de él.

Hoy, treinta años después, el pequeño José anda dando vueltas por cuanto cuartel se le cruza, excavando como un cachorro de labrador, intentando encontrar los huesos de su padre.

Nunca lo supo. Pero el episodio de aquel día fue una fantochada armada por el viejo López Mass. Un par de policías amigos lo ayudaron a escapar de su casa a cambio de unas pocas monedas.

El por qué nunca se supo. Pero en el barrio se comentan que el veterano vive en Italia y que las tetas le salieron carísimas.

martes, 25 de mayo de 2010

"Con la muñeca quebrada" - el pie perfecto para un chiste de Perry

Bo, Destino. ¡Era una joda!
¿Por qué reaccionas así?
Exageré un poco en el texto anterior. No estaba tan grave, es cierto. Pero no era necesario tomar una represalia tan severa.

Además, creí que estaba claro que lo dicho en mis cuentos (así como mi moral) es de dudosa veracidad.
Creí que era un contrato tácito, un sobreentendido, una aceptación del incompleto manejo de la realidad volcado en simples y banales oraciones.
¿Por qué te pones así?

No me estaba muriendo, estamos de acuerdo. Pero tampoco tenía ningún hueso roto, como tengo ahora por tu carácter de mierda y tu condición de rencoroso crónico. Yo te pido que reflexiones, nomás. ¿Era necesario? ¿No se arreglaba con una gripecita fuerte, unas llagas o, ponele (si estabas muy enojado), una gastroenterocolitis de tres o cuatro días?

Para darme una lección ¿no alcanzaba con una advertencia de pequeña o mediana gravedad? No, claro. A él le haces una joda y ya te quiebra un hueso.

¿Ves? Es por eso mismo que la gente te pone en un segundo o tercer lugar.
Y el primer premio es para: … ¡Dios!
Vamos, que suba al escenario a recibir el galardón. Ay, pero ¡que cool! Mírenlo cómo se vino, con ese look Cabo Polonio. Preciosas las chanclas, te diré, Yisus.
Suba, barbudo, suba al escenario nomás que lo esperan nuestras secretarias para entregarle la estatuilla.

Y los que no creen en Dios (por escépticos o porque está de onda simplemente), tampoco te tienen en cuenta para nada.
Piensan que las cosas pasan de casualidad, creen en las coincidencias, y le dan nula importancia o directamente ni siquiera se plantean el hecho que pueda llegar a existir un Destino (es más, escriben “destino” con minúsculas).

Estoy muy decepcionado con tu reacción. Me duele mucho la muñeca, y me cuesta enormidades escribir esto.
Dirás: Es una fracturita nomás. No seas blando. No te quejes que podría haber sido peor. Además, te di una nueva razón para escribir en ese blog pretencioso que tenés. Deberías agradecerme en lugar de andar quejándote y llorando como una Magdalena.

A lo que responderé, dejando al descubierto mi carácter de persona fácilmente influenciable: Pa, bo. Tenés razón. Muchas gracias, loco. Y no te enojes por el reclamo. Fue sin pensar, de verdad, te lo juro.
Ahora no te pongas sorete. No me abandones, por favor.
No seas malo, lastimame. Te prometo que no me vuelvo a quejar, pero no me dejes sin temas para el blog porque… - dijo el autor mientras intentaba clavarse un Tramontina en el muslo derecho, sin éxito alguno.


Desde ese día, el señor Not Just a Moustache intentó herirse de todas las formas conocidas por el hombre. Pero no; se le había regalado la inmortalidad.
Él sabía lo que estaba haciendo.
Con el Destino no se jode.

martes, 18 de mayo de 2010

No me salva ni Ibáñez (el oriundo de Frankfurt)

Me encantaría que las enfermedades a las que últimamente se les ha dado por fagocitar mi delicado organismo, fueran un simple producto de mi imaginación, para poder entonces escribir un libro y titularlo “Diario de un hipocondríaco” - siempre me gustó ese nombre.

También soñé alguna vez con dirigir la película “Días de Sida”, pero ahí no sé si me gustaría tanto que el guión sea autobiográfico.

Lo cierto es que de un tiempo a esta parte, o a los virus les han dado ración de engorde y entran a mi cuerpo haciendo un scrum, o mis defensas se vieron feas en el espejo y se me volvieron unas malditas anoréxicas; ya que las encargadas de detener a aquellos que quieren dañarme, oponen menos resistencia que el “¿Qué pretende usted de mí?” de la señora Isabel.

Soy el predio municipal cedido a los gérmenes sin techo. Y los muy tontos, en lugar de cuidar a aquel que les da refugio, lo hacen mierda.
Prefieren la vida nómada, a establecerse y armar un lindo hogar para sus hijos y nietos.
Yo no me quejo. Si es lo que me toca en (abro comillas) suerte (cierro comillas), acepto ser el caldo de cultivo de nuevas bacterias y potentes virus, pero tengan códigos.
Mantengan el hábitat en orden, o al menos, vivo.

Me están matando. Están generando daños irreversibles en mi cuerpecito. Mi sistema inmunológico ya no se arregla ni con una zambullida en Actimel.

Es cierto, no soy muy joven para morir (más aún teniendo en cuenta que mi hermanito falleció a los seis años, razón por la cual, que yo pase a mejor vida a los veintitrés no sería un trauma difícil de llevar para mi familia – o al menos, para lo que queda de ella), pero no he vivido lo suficiente.

Tengo miedo, y sólo quiero garcoachim salomtino arbum

- ¿Qué haces? ¿Qué pones?
- Es que no entendí esta última frase. ¿Qué dijo?
- No se. Yo tampoco entendí. Pero “garcoachim salomtino arbum” no es nada. Borra eso, dejalo descansar, y esperemos a que se despierte para preguntarle que fue lo que quiso decir.
- Pobrecito. Miralo como se le cae la baba. Dejame limpiarlo.
- Hey, hey. Ubicate. Que acá la enfermera soy yo. Dedicate a transcribir lo que dice el pobrecito, que para eso te pagan.
- Pero…
- Pero nada. ¡Jodete, Marta! Mamá te advirtió. “¿Por qué no estudias enfermería, como tu hermana?” … “No, no. Yo quiero ser mecanógrafa”. Ahora, ajo y agua.

lunes, 10 de mayo de 2010

Esta gente es mi gente

Cuando descubrimos que el abuelo tenía artritis, nos dimos cuenta que tan fanático no era, y que le importaba un comino el resultado de los partidos del (que creímos hasta el momento) cuadro de sus amores. Los dedos se le cruzaban involuntariamente y los aullidos indescifrables, lejos de ser una desmedida arenga, eran gritos de dolor por el problema articular previamente mencionado.
Ese día nos sentimos muy mal por el papá de mamá, pero decidimos darle ánimo para que no se sienta un inútil. Quizás haya sido el azar, quizás el pelotudo funcionario de UTE que estaba arreglando los cables y en una desmedida maniobra con sus tenazas gigantes dejó sin luz a toda la cuadra, pero lo cierto es que el apagón nos iluminó.
Y por más confuso y contradictorio que parezca, fue así.
Las milanesas estaban casi prontas, y el puré en mitad de su proceso de elaboración. Extrañamente, la batidora se detuvo en el momento que las luces se apagaron. Suponemos que el delicado electrodoméstico tenía fobia a la oscuridad, y la ausencia de luz lo hizo paralizarse, pero lo cierto es que no hubo forma de hacerlo volver a arrancar.
Lucía se quejaba. Martín metía el dedo en esa pasta cuasi líquida con gusto a papa y leche, y Rodolfo ponía cara de culo porque ya se veía comiendo arroz otra vez.
- Ah, bo. Una vez que vamos a comer puré, se corta la luz. ¡La puta que los parió a los del Frente Amplio! – El tío Manuel no dejaba pasar ninguna oportunidad para insultar (con sentido o sin él) a los gobernantes de izquierda. A lo mejor era por su pasado militar, o quizás fue aquella tupamara que lo abandonó y lo obligó a casarse con la tía Emilia, que sería muy colorada pero tenía la geta igualita a Curiel.
La pregunta la hizo papá, que si bien era un tipo tímido y dominado por su esposa, después del tercer whisky se animaba a vender Jabones de la Descarga en el Barrio Reus.
- ¿Qué hacemos? ¿No comemos puré entonces?
Después que mamá tomara este centro y definiera al ángulo, pegándole a su marido una puteada de antología por querer “complicar las cosas, en lugar de plantear soluciones”, porque “siempre lo mismo con vos, pedazo de un idiota” y alguna otra cosa que no llegué a escuchar porque Ricardo (el amigo borracho del tío Héctor, que siempre estaba en las reuniones familiares aunque nadie lo invitaba) me tapó como de costumbre las orejas para que no escuchara, sin reparar en que yo ya tenía 30 años; encontramos la solución.
Con los ánimos caldeados y la tía Alicia pidiendo silencio para escuchar el veredicto de Carmen Barbieri respecto a la performance de Lorenzo Lamas en el regaeton de Bailando 2010, fue Carlitos el primo grandote y retardado mental (aunque seguía siendo “el bebé de la casa”) el que encontró la solución a los dos problemas.
Trayendo el bowl de la cocina, y colocando la mano del abuelo dentro del mismo, sólo fue cuestión de esperar que el parkinson hiciera su trabajo. El movimiento constante y los dedos entrelazados hicieron la tarea más sencilla. En 10 minutos, todos estábamos alrededor de la mesa, cenando en familia.
Las milanesas estaban riquísimas y aunque el puré tenía una consistencia envidiable, se percibía un extraño sabor rancio.
- Seguramente fueron las papas – dijo alguien
A partir de ese día, no compramos más en el puesto de Ramírez.

martes, 20 de abril de 2010

Para captar lectores vagos, nada mejor que un texto de 700 caracteres

Y como Dios es dios, pero no es católico, decidió juntarse con sus congéneres a tomar unos copetines en el bar de moda, que si bien estaba a un par de galaxias de distancia, valía la pena el viaje porque se llenaba de semidiosas ávidas de ascenso divino.

36 horas después y catorce Alikales de por medio, logró levantarse. Lindo nudo se le hizo en la garganta cuando se percató que había desperdiciado el sexto día de trabajo. Decidió entonces dejar el tema del costillar y la bobada de los dos géneros para otro universo y creó a su imagen y semejanza, dos hermosos hombres (porque Dios era dios, pero también era el sex symbol de la cuadra). Esos hombres se enamoraron y tuvieron descendencia. Un día nació un individuo con dos cromosomas X, pero a nadie le gustó.

Y es así que hoy, en las canchas de fútbol se escucha desde la tribuna: Los del manya son, heterosexuales. Los del manya son, heterosexuales

domingo, 18 de abril de 2010

Oruga Monocromática

Versión libre de "Mariposa Technicolor"



Todas las negras que me comí,
del uno al diez, no llegaban al PI
Nunca fui del tipo “ganador”,
llevaba a casa lo que cuadre,
no soy Osvaldo Laport

No eran minas de RedTube,
ni siquiera Chin Chin de De la Cruz
Si no venían con falla renal,
tenían Sida, varicela o de Montaner eran fans

La gente que me mira,
grita “perdedor”
Fito Paez ganó minas,
con esa geta de roedor

Ya vendrá ese gran día,
ya voy a ser yo,
el que orgulloso diga:
Tengo novia y no es un putón

Hice una banda de rock and roll,
pa’ no cambiar más pesos por amor
Ellas se garchaban al batero, al guitarrista,
el sonidista, el plomo y hasta el productor

Ninguna en mí se fijó,
comentan que era por mi mal olor
La melancolía de vivir en celibato
me arrimó hasta acá, y hoy soy pastor de Dios

Los pequeños me admiran,
creen que tengo un don,
cumplen mis fantasías,
después rezo y pido perdón

Los niñitos transpiran,
¿qué voy a hacer yo?
Mi sotana es mullida,
mas no tiene ventilación

Yo lo conozco de antes,
Ratzinger era bien
Él les daba la chance
de maldecir a ese Moisés

Les prometía un implante,
prepucios a granel,
y tatuarse en el glande
“Al Tío Adolfo le soy fiel”

Qué tipazo el Ratzinger
Qué tipazo el Ratzinger
Qué tipazo el Rat…zinger

lunes, 8 de marzo de 2010

Aunque Abigail ya no esté de moda

Boulevard de los sueños rotos
Versión libre




En el Boulevard de los sueños rotos
“sueños” acá sería un eufemismo
No son bolitas, igual tocan quenas

En vano compran sus Siempre Libre
Compren hormonas que le equilibren
Esos canutos, no son de nena


Por el Boulevard de los sueños rotos
Vender el “sueño” por cien, es poco
Dame dosciento’ y me visto de Buda

Cuando Agustín sacude su mano
Viene la cana, y ahí rajamos
Somos travestis, no prostitutas


Si me viniera la menstruación
Si no fuera varón, de haber nacido nena
Los milicos dejarían vivir
No tendría que seguir
Sufriendo esta condena


En el Boulevard de los sueños rotos
Compran cariño múltiples chotos
Y a su mujer ni les dan un beso

Si hay un asado, se habla de minas
Dicen que adoran cualquier vagina
Pero sabemos que buscan hueso


En el Boulevard de los sueños rotos
Paran camiones, autos y motos
Algunos solo para hechar un meo

Las amarguras nunca son largas
Si las comparo con la de Marta
Treinta centímetros de carne al pedo

martes, 23 de febrero de 2010

Llamale catarsis

A veces me pregunto si uno nace hijo de puta o si nuestras progenitoras van aumentando sus dosis de seudo promiscuidad, amén nosotros nos convertimos en seres jodidos, viles, malvados y sin corazón.

Yo no sé que tanto le gustaba la pija a mamá antes de parirme, pero estoy seguro que si hoy ve un frasco de Rexona en la góndola, se tapa los ojos y corre a toda velocidad para no tentarse y terminar expulsada del supermercado por cometer atentado violento al pudor o, pensándolo bien, dada su larga trayectoria en esta carrera a la que llamamos vida, “atentado violento al asco y la vergüenza ajena”.
Menos mal que es un ser humano y no un Paraíso, porque contar los anillos de su organismo para determinar su edad, le llevaría a cualquier cristiano dos o tres reencarnaciones.

De un tiempo a esta parte esa vocecita que todos tenemos dentro (no la que dice “mátalos a todos”, la otra), se ha empezado a apoderar de mí y me obliga - me convence sin realizar mucho esfuerzo, mejor dicho – a herir los sentimientos ajenos como si ellos fueran un oso polar y yo, un rejuvenecido y sensual John Locke.
Lo disfruto, lo gozo.
Hoy entiendo (aunque no justifico) a los asesinos seriales. Yo soy un criminal, un homicida; un matador de orgullos, autoestimas y emociones.

El mediocre, para sentirse bien no intenta superarse. Su satisfacción no radica en desarrollar sus capacidades y vencer sus frustraciones, sino en compararse con alguien inferior.
Crecer no es una opción, mejor contrastémonos con alguien de menor calibre (en el área que se esté intentando medir) y experimentemos el éxito en carne propia (o en carne viva si estamos jugando a quién aguanta más rato en el fuego sin quejarse).

El mediocre buena gente (por llamarle de alguna forma), se esfuerza, investiga, busca hasta encontrar ese par con cualidades inferiores; se coloca junto a él y al compararse se siente bien, superior, se cree mejor y eso le gusta.

El mediocre cómodo pero noble, prefiere no moverse. Busca en sus alrededores ese espécimen con el que contrastarse, y si lo encuentra experimenta el mismo sentimiento que los de la categoría anterior. Pero si en su círculo no cuenta con alguien de menor valor, se resigna a ser un mediocre fracasado y esto no le genera mayores resquemores. Acepta y sigue adelante.

Pero hay otra categoría de la mediocridad humana, en la que temo estar ingresando. Son los vulgarmente llamados hijos de puta, quienes en la clasificación sociológica están ubicados generalmente bajo el tecnicismo: conchudos, cara de verga, sin corazón ni interés por nadie más que ellos mismo… sí ustedes, egoístas, putos de mierda. (Del latín: Humbertum dei Vargausim)

- ¡Vergüenza debería darte! – diría mi madre si se enterara que soy uno de los miembros más destacados de ésta élite, a lo que yo respondería “Me da, eh. Mira que me da, vieja. Pero qué le vamo’ a hacer”


Soy un hijo de puta.

Como buen mediocre, no me animo a crecer; ni a cambiar o alterar alguna de mis características, por el riesgo al fracaso y la decepción que esto trae consigo. Mejor entonces recurrir al recurso de la comparación, como hablábamos anteriormente.

- Ta, gonza. Pero entonces si te comparas con aquellos que son inferiores para sentirte bien, ¿por qué te autodefinís “hijo de puta” y no “mediocre buena gente” o “mediocre cómodo pero noble”? – dirá la tercera voz que todos tenemos dentro; ésa que exterioriza las preguntas justas en el momento justo, para que vos puedas explayarte en tu razonamiento.

Te explico, bobita (ella hace lindas preguntas pero es medio cortita de entendederas, y no le pidas perspicacia porque corre al Larousse Ilustrado a buscar la definición).
Los hijos de puta, como yo, somos cómodos (sí, tonta, como los “cómodos nobles” pero diferentes. Termina de leer y después preguntas), pero no nos resignamos al fracaso, optamos por tomar el camino más fácil y doloroso (fácil para uno, doloroso para la víctima).
No vamos a salir a buscar un ser humano inferior para compararnos con él y saborear la victoria. Mejor tomamos al amigo/familiar/vecino más cercano y destruimos su orgullo, su confianza y su autoestima, al punto de hacerlo sentir la basura más inútil y putrefacta del mundo. De este modo, al tener un contrincante tan vulnerable e inseguro, podremos poner en tela de juicio cualquiera de sus afirmaciones. Con una cara seria y un gesto de confianza, haremos que el fulano vacile ante cualquier respuesta, haciéndonos con la verdad, sea en el terreno que sea.

- ¿Cómo era tu nombre?
- Marcos
- No, vos sos Julieta.
- ¿Seguro? Pero yo creí que era Mar…
- ¡Julieta!
- Ta, sí. Es verdad

Fácil. Cuando el rival está desmoronado, somos nosotros, los “hijos de puta”, los que tenemos el control. Podemos por ejemplo, convencer a un ingeniero vial de sincronizar los semáforos para que las luces cambien simultánea e idénticamente. “Es así, ingeniero. Hágame caso. ¿No le parece mucho más lindo que estén todas las luces rojas juntas y de repente, todas en verde? Sería precioso”.

Incursionar en el terreno de la manipulación no es moco de pavo, ni baba de bobo, ni leche de precoz. Pero una vez desarrollada esta técnica puedes hacer añicos los sentimientos de cualquier persona que tengas cerca.
Opa, mensaje.

“Tienes 5 solicitudes de amistad en facebook”

Bueno, disculpen. Tengo media decena de víctimas para despachar.

lunes, 8 de febrero de 2010

De cómo Agostini se convirtió en un apóstol del ritmo

Porque nuestro departamento de investigación periodística no descansa.
Porque a lo mejor influye el hecho de que esté compuesto por japoneses que quieren más el trabajo que los quirúrgicamente mejorados pectorales de sus esposas.
Porque todo gran hombre tiene atrás una gran mujer, todo gran éxito musical una gran historia y toda madre de Nacho Kliche una gran verga negra haciéndole compañía en la cama de dos plazas. Pero quedémonos con lo del éxito musical, mejor. Más adelante le dedicaremos un informe a la extraña pronunciación del señor Granger.

Coméntase que a principios de la década del 90, la señorita Nazarena Velez mantenía un tórrido romance con el otrora galán de clase media, devenido hoy en ídolo de la bailanta, Hernán Caire.
Dícese asimismo, que el amorío pasó de tórrido a violento, en dos patadas.
Angustiada por la vehemencia de su relación con Hernán, Vélez decide buscar refugio entre los rizos de una insipiente estrella de la música tropical argentina.
Es en ese momento que Daniel Agostini le promete el cielo, la luna, las estrellas y el amor eterno. Acto seguido le pide un minuto, saca una lapicera, y en una servilleta del carrito de panchos donde le declaraba su amor a Nazarena, compone un éxito.

Más adelante, Dani y Naza habrían de casarse, tener un hijo (o una hija, poco importa), tatuarse dos delfines en el cuello (sellando en ese acto de mal gusto, su amor para siempre) y separarse años después dando rienda suelta a los rumores, suposiciones y mentiras respecto a su hermosa (y siempre bien ponderada en nuestro sitio) relación.

El éxito de Nazarena, está ligado en parte a su relación con este dios de la trompeta. La mediatización de la figura pública de la blonda vedette, responde en cierto grado a haber sido la compañera de este Mesías del ritmo. Pero, ¿de dónde sale el éxito de Daniel? ¿Llegó a ser lo que es por su indiscutible talento musical únicamente? ¿Le alcanza con haber sido declarado por la revista Rolling Stone “el Charly García del pianito guitarra”, para ser la estrella que hoy es?
No.
El éxito de Agostini se consolida en el año 1994 con su disco “Boquita de caramelo”, dedicado claramente a su mujer, Nazarena.
Hasta aquí, el lector ávido de chusmerío y dato curioso podrá sentirse estafado y reclamar esa noticia bomba, que hasta ahora no ha sido dada a conocer. La hay, estése tranquilo que la hay.

¿Cuál fue el hit más recordado de ese disco? (tomamos en cuenta que todos fueron “hits”, pero hay uno que superó ampliamente las barreras de lo musicalmente hermoso).
Eso es: LA VENTANITA.
Pero, ¿de dónde consigue Daniel la inspiración para componer tan perfecto tema?, o mejor aún: ¿Fue Daniel Agostini el verdadero compositor de tan recordado himno?
No.
Intentando llegar a las marquesinas de la Calle Corrientes, Nazarena se dio cuenta que con tener buenas tetas y buen culo no alcanzaba (en aquella época al menos no) y decidió hacer (con las confesiones que anotaba en su diario íntimo en la época en que aún estaba en pareja con Caire) canciones.
Cuando las hubo terminado, se las enseñó a su talentosa nueva pareja para que aprobara los temas, creyendo poder así presentarse ante el productor Gerardo Sofovich, como una chica que no solamente se destacaba por su hermosura, sino que también contaba con dotes musicales.
Daniel le dijo: “Esto es una poronga, Naza”. Ella le miró la entrepierna, asintió con la cabeza y 15 segundos más tarde se percató que con “poronga” lo que Daniel estaba haciendo era adjetivar sus temas musicales.
Era verdad, sus temas apestaban, pero sirvieron de base para las posteriores incursiones de Daniel en los top 3 de los charts.

Como este sitio no se casa con nadie (a menos que la página oficial de Celeste Cid venga medio desnudita y nos pida contraer matrimonio, ahí cambia la cosa), publicaremos a continuación las palabras escritas en la página 38 del diario íntimo de Nazarena Velez, lugar del cual se supone Daniel ROBÓ varias estrofas para su mayor éxito musical.
A continuación: La Fajadita, por Nazarena Velez ®.



Desde que me pegaste,
Uso bufanda pa’ esconder el machucón
Desde que me fajaste,
Descubrí que era verso lo del toallón
Desde que me golpeaste,
Tengo más marcas que tatuajes Ricky Fort
Desde que me apaleaste,
Tomo baños, de inmersión en hiodofón

La geta hecha pedazos
Me arrancaste una muela
Me fracturaste el naso
Tu violencia no frena

Tengo esguince en un brazo
Me clavaste una espuela
Estoy más haraposa
Que un pabellón de Escuela

Era tan lindo tener tu cariño
Quiero dejar de hacer siempre este guiño
Va a salirnos deforme este crío
Si me seguís dando palos en frío

sábado, 9 de enero de 2010

El señor de los anillos (basado en hechos reales)

Este blog no se hace responsable del abandono al que los sometió el propietario durante este tiempo. De todos modos, estoy seguro que cuando conozcan los pormenores de mi accidente, la condena por haberme ausentado un par de meses caducará automáticamente.
Condonarán la deuda y despertaré tanta lástima en ustedes, que al verse al espejo sentirán vergüenza por haber puesto en tela de juicio el talento (o peor aún, la moral) de este pobre individuo.


Apenas treinta y cinco minutos habían pasado desde que el reloj del tío Gabriel dio las doce, cuando decidí bajar las escaleras.
Él, encargado de avisar cuando la nueva década comenzara, probaba las funciones de su nuevo Casio digital.
Así, al ritmo de La Bamba versión monofónica (emitida por la alarma del recién estrenado reloj pulsera del hermano de mamá), le dimos la bienvenida al 2010.
Todos brindaban con costosas sidras (o baratísimos champagnes, no puedo diferenciar) mientras yo, vaso de whisky (tremendamente económico, y en este terreno me permito hablar con propiedad) en mano, me disponía a repetir las frases “chin chin” y “feliz año”, unas dieciocho o diecinueve veces.

No brindo con champagne o sus humildes homólogos, por la razón opuesta a la que manifiesta la gente que se embriaga con esos berberajes. Lejos de írseme “las burbujas a la cabeza”, las muy hijas de puta se embarcan en un viaje sin escalas al más recóndito y peludo agujero de todo mi organismo, haciendo vibrar al llegar, las membranas del esfínter con la fuerza de media docena de soldados espartanos (que no tengo mucha idea, pero debían ser fuertes como la puta madre).

Luego del brindis, y habiendo presenciado la desmejorada y atrasadísima noche de las luces desde la barbacoa/azotea de la casa de mis tíos, procedí a bajar las escaleras para realizar el clásico ritual de colocar en mi boca la capa de piel muerta del turrón Il Genovesse y sentirme un católico ortodoxo tomando la comunión,.
Cuando solo me separaban dos o tres escalones del suelo, me sentí con la seguridad necesaria para saltar y caer parado sin complicaciones.

Salté.

Tuve la precaución de tomarme de la baranda con la mano izquierda, para tener una seguridad extra. Me sabía capaz de sobrepasar esos tres escalones sin problema, pero no me iba a arriesgar a tropezar y cagarle la noche de Año Nuevo a todos los que estaban ahí.

Caí.

Parado y sin resbalones, pero con un ligero dolor en la mano. Giré la cabeza para ver de dónde provenía ese pequeño tirón. Pulgar, índice, mayor y anular sin problema. Pero esperen, ¿desde cuándo tengo tres meñiques?
El anillo que adornaba el dedo más pequeño de mi mano izquierda, se había atascado con una de las “vigas” que unía la baranda a pared. El impulso que llevaba en el salto, hizo que toda la piel del dedo se arremangara, gracias a los dos cortes que generó el anillo, desde la base del dedo hasta la última falange, contra el hueso.
El dedo estaba abierto como una corvina. Se veía carne, piel desprendida, hueso, sangre.

Este es el punto del relato donde creo pertinente aclarar que soy tan blandito que ver un raspón en la rodilla me descompone, o que las pocas veces que una aguja atravesó mi piel para extraer sangre, no me desvanecí por gracia divina.

Ahí estaba yo, tomándome la muñeca, gritando como un sordomudo que intenta cantar el himno, y viendo como la sangre enchastraba la nueva moquette de la tía Ana.
¿De dónde saqué el coraje? No lo sé. Lo cierto es que me agarré el dedo (como si fuera un bebé al que le colocan en la palma de la mano un objeto), encerrándolo y apretándolo con fuerza, para que no se cayera nada.
Asustadísimo, supongo que dolorido (aunque el shock no me permitía sentir), blanco como un papel, sudando frío y convencido que desde ese día tendría problemas para calcular decenas, me trepé al auto y fui trasladado hasta el Hospital Americano.
No me desmayé, aunque desearía haberlo hecho.

Llegamos.

Cuando el liceal que decía tener título de doctor en medicina, que estaba de guardia en ese momento, vio mi dedo, su primera reacción fue decir “a la mierda”. La segunda, pedir que llamen a un cirujano plástico.
Ver que una enfermera pone cara de asco mientras te cura y llama a sus colegas para que miren lo que tiene en la mano, no era un escenario alentador en principio.
Con un calmante intravenoso, intentando no mirar mi destrozado meñique y temblando más que Michael J. Fox en invierno, vi como ingresaba por la puerta trasera de la Emergencia un obeso y sudoroso señor, con mameluco y herramientas en mano.

¿Justo ahora tiene que venir el de mantenimiento a arreglar ese tubo quemado? – pensé.
Segundos después la pregunta cambió: ¿Si el tubo luz defectuoso está para aquel lado, qué hace este mastodonte acercándose a mi camilla?

Mis sospechas se confirmaron: el señor de excesivo tejido adiposo y desagradable aroma, intentaría cortar el anillo con una tenaza.

Intentó con una… no pudo. Cambió a una pinza con más punta… tampoco. Eligió una tercera herramienta al azar y se afirmó con ambas manos, temblaba, estaba colorado, apretaba los dientes… ya era algo personal, una guerra entre el gordo y el anillo.
En el medio yo, con los ojos grandes y duros como las vergas de la sección “Camerún” de Poringa, no podía creer lo que estaba presenciando.

- Guarda, bo. No me vayas a arrancar el dedo – dije tímidamente, intentando darle un toque de comicidad y superación a mi frase. Sonó tan falso y dejé tan al descubierto mi terror, que el gordo confesó:
- Nunca me había costado tanto cortar un anillo. No puedo. No sé como vamos a hacer.

Desde ese momento y hasta que llegó el cirujano plástico, no recuerdo nada más. Las palabras del gordo me petrificaron. La mínima esperanza de salvar el meñique, se había esfumado con la desesperanzada frase del hombre del mameluco.
Según dicen, el gordo pudo sacar la pieza de bijouterie, lenta y pacientemente, cortando pedacito por pedacito.
Mi cerebro dejó su estado de suspensión cuando llegó el Cirujano Plástico.
Anestesió, toqueteó, dobló, cosió y se fue para la casa.
(Nosotros hicimos lo mismo. Obviando la parte de anestesiar, toquetear, doblar y coser).

Aunque tengo un tendón comprometido y no se si podré volver a doblar el dedo, estoy retomando mis actividades normales. Demoro un poco más que antes en hacerlas (lo cuál es lógico), aunque algunos consideran excesiva la tardanza.
No se. No me importan las críticas.
Cuando desperté (el primero de enero a las once y media de la mañana) supe que tenía que contarles lo sucedido. Empecé a escribir y no paré. Y ya está, ya lo tengo pronto para publicar.

¿Cómo? ¿Nueve de enero ya?
Ta, a lo mejor tienen razón. Voy a tener que conseguir a alguien que tipee por mí. Para el próximo texto, me alquilo un boliviano.