martes, 23 de febrero de 2010

Llamale catarsis

A veces me pregunto si uno nace hijo de puta o si nuestras progenitoras van aumentando sus dosis de seudo promiscuidad, amén nosotros nos convertimos en seres jodidos, viles, malvados y sin corazón.

Yo no sé que tanto le gustaba la pija a mamá antes de parirme, pero estoy seguro que si hoy ve un frasco de Rexona en la góndola, se tapa los ojos y corre a toda velocidad para no tentarse y terminar expulsada del supermercado por cometer atentado violento al pudor o, pensándolo bien, dada su larga trayectoria en esta carrera a la que llamamos vida, “atentado violento al asco y la vergüenza ajena”.
Menos mal que es un ser humano y no un Paraíso, porque contar los anillos de su organismo para determinar su edad, le llevaría a cualquier cristiano dos o tres reencarnaciones.

De un tiempo a esta parte esa vocecita que todos tenemos dentro (no la que dice “mátalos a todos”, la otra), se ha empezado a apoderar de mí y me obliga - me convence sin realizar mucho esfuerzo, mejor dicho – a herir los sentimientos ajenos como si ellos fueran un oso polar y yo, un rejuvenecido y sensual John Locke.
Lo disfruto, lo gozo.
Hoy entiendo (aunque no justifico) a los asesinos seriales. Yo soy un criminal, un homicida; un matador de orgullos, autoestimas y emociones.

El mediocre, para sentirse bien no intenta superarse. Su satisfacción no radica en desarrollar sus capacidades y vencer sus frustraciones, sino en compararse con alguien inferior.
Crecer no es una opción, mejor contrastémonos con alguien de menor calibre (en el área que se esté intentando medir) y experimentemos el éxito en carne propia (o en carne viva si estamos jugando a quién aguanta más rato en el fuego sin quejarse).

El mediocre buena gente (por llamarle de alguna forma), se esfuerza, investiga, busca hasta encontrar ese par con cualidades inferiores; se coloca junto a él y al compararse se siente bien, superior, se cree mejor y eso le gusta.

El mediocre cómodo pero noble, prefiere no moverse. Busca en sus alrededores ese espécimen con el que contrastarse, y si lo encuentra experimenta el mismo sentimiento que los de la categoría anterior. Pero si en su círculo no cuenta con alguien de menor valor, se resigna a ser un mediocre fracasado y esto no le genera mayores resquemores. Acepta y sigue adelante.

Pero hay otra categoría de la mediocridad humana, en la que temo estar ingresando. Son los vulgarmente llamados hijos de puta, quienes en la clasificación sociológica están ubicados generalmente bajo el tecnicismo: conchudos, cara de verga, sin corazón ni interés por nadie más que ellos mismo… sí ustedes, egoístas, putos de mierda. (Del latín: Humbertum dei Vargausim)

- ¡Vergüenza debería darte! – diría mi madre si se enterara que soy uno de los miembros más destacados de ésta élite, a lo que yo respondería “Me da, eh. Mira que me da, vieja. Pero qué le vamo’ a hacer”


Soy un hijo de puta.

Como buen mediocre, no me animo a crecer; ni a cambiar o alterar alguna de mis características, por el riesgo al fracaso y la decepción que esto trae consigo. Mejor entonces recurrir al recurso de la comparación, como hablábamos anteriormente.

- Ta, gonza. Pero entonces si te comparas con aquellos que son inferiores para sentirte bien, ¿por qué te autodefinís “hijo de puta” y no “mediocre buena gente” o “mediocre cómodo pero noble”? – dirá la tercera voz que todos tenemos dentro; ésa que exterioriza las preguntas justas en el momento justo, para que vos puedas explayarte en tu razonamiento.

Te explico, bobita (ella hace lindas preguntas pero es medio cortita de entendederas, y no le pidas perspicacia porque corre al Larousse Ilustrado a buscar la definición).
Los hijos de puta, como yo, somos cómodos (sí, tonta, como los “cómodos nobles” pero diferentes. Termina de leer y después preguntas), pero no nos resignamos al fracaso, optamos por tomar el camino más fácil y doloroso (fácil para uno, doloroso para la víctima).
No vamos a salir a buscar un ser humano inferior para compararnos con él y saborear la victoria. Mejor tomamos al amigo/familiar/vecino más cercano y destruimos su orgullo, su confianza y su autoestima, al punto de hacerlo sentir la basura más inútil y putrefacta del mundo. De este modo, al tener un contrincante tan vulnerable e inseguro, podremos poner en tela de juicio cualquiera de sus afirmaciones. Con una cara seria y un gesto de confianza, haremos que el fulano vacile ante cualquier respuesta, haciéndonos con la verdad, sea en el terreno que sea.

- ¿Cómo era tu nombre?
- Marcos
- No, vos sos Julieta.
- ¿Seguro? Pero yo creí que era Mar…
- ¡Julieta!
- Ta, sí. Es verdad

Fácil. Cuando el rival está desmoronado, somos nosotros, los “hijos de puta”, los que tenemos el control. Podemos por ejemplo, convencer a un ingeniero vial de sincronizar los semáforos para que las luces cambien simultánea e idénticamente. “Es así, ingeniero. Hágame caso. ¿No le parece mucho más lindo que estén todas las luces rojas juntas y de repente, todas en verde? Sería precioso”.

Incursionar en el terreno de la manipulación no es moco de pavo, ni baba de bobo, ni leche de precoz. Pero una vez desarrollada esta técnica puedes hacer añicos los sentimientos de cualquier persona que tengas cerca.
Opa, mensaje.

“Tienes 5 solicitudes de amistad en facebook”

Bueno, disculpen. Tengo media decena de víctimas para despachar.

lunes, 8 de febrero de 2010

De cómo Agostini se convirtió en un apóstol del ritmo

Porque nuestro departamento de investigación periodística no descansa.
Porque a lo mejor influye el hecho de que esté compuesto por japoneses que quieren más el trabajo que los quirúrgicamente mejorados pectorales de sus esposas.
Porque todo gran hombre tiene atrás una gran mujer, todo gran éxito musical una gran historia y toda madre de Nacho Kliche una gran verga negra haciéndole compañía en la cama de dos plazas. Pero quedémonos con lo del éxito musical, mejor. Más adelante le dedicaremos un informe a la extraña pronunciación del señor Granger.

Coméntase que a principios de la década del 90, la señorita Nazarena Velez mantenía un tórrido romance con el otrora galán de clase media, devenido hoy en ídolo de la bailanta, Hernán Caire.
Dícese asimismo, que el amorío pasó de tórrido a violento, en dos patadas.
Angustiada por la vehemencia de su relación con Hernán, Vélez decide buscar refugio entre los rizos de una insipiente estrella de la música tropical argentina.
Es en ese momento que Daniel Agostini le promete el cielo, la luna, las estrellas y el amor eterno. Acto seguido le pide un minuto, saca una lapicera, y en una servilleta del carrito de panchos donde le declaraba su amor a Nazarena, compone un éxito.

Más adelante, Dani y Naza habrían de casarse, tener un hijo (o una hija, poco importa), tatuarse dos delfines en el cuello (sellando en ese acto de mal gusto, su amor para siempre) y separarse años después dando rienda suelta a los rumores, suposiciones y mentiras respecto a su hermosa (y siempre bien ponderada en nuestro sitio) relación.

El éxito de Nazarena, está ligado en parte a su relación con este dios de la trompeta. La mediatización de la figura pública de la blonda vedette, responde en cierto grado a haber sido la compañera de este Mesías del ritmo. Pero, ¿de dónde sale el éxito de Daniel? ¿Llegó a ser lo que es por su indiscutible talento musical únicamente? ¿Le alcanza con haber sido declarado por la revista Rolling Stone “el Charly García del pianito guitarra”, para ser la estrella que hoy es?
No.
El éxito de Agostini se consolida en el año 1994 con su disco “Boquita de caramelo”, dedicado claramente a su mujer, Nazarena.
Hasta aquí, el lector ávido de chusmerío y dato curioso podrá sentirse estafado y reclamar esa noticia bomba, que hasta ahora no ha sido dada a conocer. La hay, estése tranquilo que la hay.

¿Cuál fue el hit más recordado de ese disco? (tomamos en cuenta que todos fueron “hits”, pero hay uno que superó ampliamente las barreras de lo musicalmente hermoso).
Eso es: LA VENTANITA.
Pero, ¿de dónde consigue Daniel la inspiración para componer tan perfecto tema?, o mejor aún: ¿Fue Daniel Agostini el verdadero compositor de tan recordado himno?
No.
Intentando llegar a las marquesinas de la Calle Corrientes, Nazarena se dio cuenta que con tener buenas tetas y buen culo no alcanzaba (en aquella época al menos no) y decidió hacer (con las confesiones que anotaba en su diario íntimo en la época en que aún estaba en pareja con Caire) canciones.
Cuando las hubo terminado, se las enseñó a su talentosa nueva pareja para que aprobara los temas, creyendo poder así presentarse ante el productor Gerardo Sofovich, como una chica que no solamente se destacaba por su hermosura, sino que también contaba con dotes musicales.
Daniel le dijo: “Esto es una poronga, Naza”. Ella le miró la entrepierna, asintió con la cabeza y 15 segundos más tarde se percató que con “poronga” lo que Daniel estaba haciendo era adjetivar sus temas musicales.
Era verdad, sus temas apestaban, pero sirvieron de base para las posteriores incursiones de Daniel en los top 3 de los charts.

Como este sitio no se casa con nadie (a menos que la página oficial de Celeste Cid venga medio desnudita y nos pida contraer matrimonio, ahí cambia la cosa), publicaremos a continuación las palabras escritas en la página 38 del diario íntimo de Nazarena Velez, lugar del cual se supone Daniel ROBÓ varias estrofas para su mayor éxito musical.
A continuación: La Fajadita, por Nazarena Velez ®.



Desde que me pegaste,
Uso bufanda pa’ esconder el machucón
Desde que me fajaste,
Descubrí que era verso lo del toallón
Desde que me golpeaste,
Tengo más marcas que tatuajes Ricky Fort
Desde que me apaleaste,
Tomo baños, de inmersión en hiodofón

La geta hecha pedazos
Me arrancaste una muela
Me fracturaste el naso
Tu violencia no frena

Tengo esguince en un brazo
Me clavaste una espuela
Estoy más haraposa
Que un pabellón de Escuela

Era tan lindo tener tu cariño
Quiero dejar de hacer siempre este guiño
Va a salirnos deforme este crío
Si me seguís dando palos en frío