viernes, 5 de junio de 2009

Tal para cual

Tanto le dijeron, tanto le insistieron, que hizo caso omiso a las recomendaciones de los médicos y salió a mostrarse. El vulgo pudo más que el patriciado profesional.
Los antecedentes de hipertensión, diabetes y disfunciones cardíacas de su familia, no hicieron mella en su afán de mantener esa “silueta perfecta” de la que la gente hablaba tan a menudo.
Aunque Ateneos Médicos varios habían llegado a idénticas conclusiones (ser un couch potato era mucho menos riesgoso para su salud, que correr un ómnibus o tender una cama de 2 plazas), ella, decidió exponerse; tomar ese riesgo.
A pesar de haber hecho jamás, medio abdominal (se levantaba de la cama con un sistema de poleas, creado por su papá que, si bien sordo y cojo, se daba bastante maña para la creación o réplica de arcaicos modelos motrices), no había un gramo de grasa en su envidiable y nunca penetrado organismo. Los 240 centímetros de silueta se desparramaban en un armónico 90-60-90. Pero sabía que de mantener el sedentarismo, engordaría como un sapo, una bulímica o Humberto de Vargas.

Algunos la miraban con obsceno gesto, otros le silbaban, muchos la piropeaban cuando pasaba, más de uno hacía la mano boba estando parado junto a ella en el ómnibus. Pero todos, absolutamente todos, la deseaban con locura.

Tan bonita como desobediente. Decidió mantener su figura con una exigente e insana ruina de “ecsersais”, sin escuchar siquiera las advertencias de su médico de cabecera. Trote para aquí, lagartija para allá, abdominal por un lado, mancuerna por el otro.
Muchos querían que hiciese rodilla al pecho, pero ella era virgen aún.

Quizás fue una elección randómica con la guía telefónica. A lo mejor está en un nivel de evolución superior al resto y sabe que en otra vida fui una estrella del porno en vivo (no existía la televisión en esa época), y sus ansias de placer la llevaron a hacer lo que hizo. Otra opción es que se cansó de esperar y agarró al primer gil que le pasó por delante. No lo sé. Nunca lo sabré (no me atrevo a preguntarle, por miedo a avivarla; que se percate que en un show pornográfico no podría haber hecho más que el pop para los asistentes y que me abandone al instante), pero lo cierto es que me eligió a mi.

Gritaría a los cuatro vientos: ¡ESA ES MI MUJER!, pero sin tener al lado a Jorge Rossi, con un micrófono, mirando a la cámara y leyendo una tarjetita con el logo del programa impreso en el dorso, no es lo mismo.

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